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Mad Hatter (PRV)

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Mensaje por Zin Vie Abr 26, 2013 4:06 am

Una noche libre para él representaba una gran oportunidad de pasar al sitio que más le gustaba. No era una de las mascotas más asediadas por los clientes realmente, pues en su mayoría eran clientes mayores que preferían, por obviedad, la compañía de las mascotas femeninas o, dado el caso, a algún chico de apariencia menor. Eso no representaba un problema para Zin, pues la mayoría de las noches –cuando no funcionaba de mesero – se la pasaba atendiendo en el bar, sirviendo tranquilamente los tragos. Los demás podían tener sus dos noches o inclusive tres, gracias a todo el trabajo que llevaban, pero para él, una noche bien aprovechada, valía más que eso.

Se atavió con un elegante traje; esa noche se le antojaba para hacerla de una manera algo peculiar, además al sitio al que se dirigía era adecuado para lo que tenía en mente. Ahí ya era más que conocido – ir cada semana dejaba ciertos frutos – y en cada visita que tenía le dejaban a su disposición una sala muy especial. Esa noche jugaría a personificar un muy especial personaje de cuentos y los rasgos de su naturaleza no podían encajarle más a la perfección. Dejó sus largas orejas sobresaliendo de aquel sombrero y su pequeña cola se escondía perfectamente en el largo posterior de su saco. Pero había algo que le hacía alta para completar su vestimenta y eso era un gallardo bastón que no había tenido la oportunidad de usar y que ahora encontraba perfecto para la ocasión.

Salió del club a eso de las ocho de la noche; no haría paradas innecesarias y además el casino que frecuentaba no estaba más que a un par de calles al norte. Avanzó con calma, saludando a una que otra dama – y por qué no, a uno que otro chico – con una venía echa al jalar de la base de su sombrero. Saludó de la misma manera al portero del casino y la chica recepcionista seguidamente, su visita fue tomada con algo de alegría y de inmediato le permitieron la entrada a la sala del black Jack.
La mesa estaba justo en el centro de la habitación y en ella estaba a su completa disposición un juego de cartas, un pequeño vaso con ginebra y apenas dos hielos, y claro un sillón de terciopelo color vino y detalles dorados para él y una sola silla justo adelante para quien fuera su acompañante esa noche. Agitando de manera divertida su bastón, se acercó en calmos pasos hacia el sillón y enseguida tomó asiento, dejando el bordón sobre la mesa, en un extremo donde no incomodara el juego, que ansiaba, fuera pronto.

Acudió al vaso de ginebra a los segundos de estar sentado, dio un sorbo y lo dejó a su lado disfrutando del sabor a corteza de cassia, lirio, cáscara de naranja y se toque muy sutil de alcohol, que hacía que sus papilas gustativas se agitaran deliciosamente. Un suspiro relajado salió de entre sus labios y se acomodó a sus anchas en aquel cómodo sillón; sus manos quedaron descansando en los brazos del mueble, una de sus largas orejas se mantenía en alto mientras que la otra caía algo doblada, y, su firme mirada apuntaba a la puerta, en espera de cualquier movimiento de esta.

Bien, ahora solo falta esperar a la “Alicia” que dará la orden para que se abra el telón — susurró para si y una sonrisa divertida comenzó a aparecer en sus labios. Sí, definitivamente sí, una noche bien aprovechada, siempre le ponía ansioso y al mismo tiempo, esperaba le dejara satisfecho; además era una idea nueva pese a que muchas veces se las ingeniaba para crear un juego que diera algo novedoso a ese juego de cartas que tanto le gustaba, pero lo realmente interesante, sería con quién le tocaría jugar esa noche, o mejor dicho, quién sería lo suficientemente capaz, de seguirle el juego que tenía planeado para esa noche.
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Mensaje por Yo-ka Sáb Ago 03, 2013 11:56 pm

Noches libres, para el cargo del que yo era poseedor, consideraba que tenía un montón de noches libres —sí, decir “un montón” es exagerar un poco, pero ni tanto—, claro que tenía noches que terminaba de trabajar a altas horas de la madrugada, sobre todo cuando tenía que vigilar investigaciones, controlar un poco al equipo que trabajaba para mí, un montón de policías revoltosos que causaban más estragos que los mismos vándalos, y no es que yo no tuviera la culpa, solo me gustaba quejarme cuando había que limpiar sus “desastres”, y me ponía más quejumbroso cuando se trataba de algún mafioso.
 
Aquel era uno de mis días más tranquilos, estaba en proceso una investigación, pero nada que necesitase de mi intervención, además de que esas cosas se llevaban mucho tiempo y paciencia, sobre todo lo último. Lo mejor que yo sabía hacer y que enseñaba a mis subordinados era… “relajarse”. Sí, yo no era todo un ejemplo a seguir, pero ¿qué más daba?
 
Alrededor de las seis de la tarde, salí con algunos compañeros a comer algo, entre chistes de doble sentido, alcohol y cigarrillos, terminé siendo convencido de ir a uno de esos lugares que no me gustaban tanto: el casino. Bueno, yo tenía mis vicios, pero entre ellos no estaba el apostar ni nada que se le acercara, en parte eso era porque las pocas veces que pisé un lugar de esos, la suerte me había dejado bien claro que no estaba de mi lado… y no es como que yo fuera muy perseverante. Yo prefería despilfarrar mi dinero en la parte de las mujerzuelas que en realidad eran “hombrezuelos”, sin embargo, aquel día no parecía tan mala idea visitar dicho lugar simple y sencillamente por diversión, igual no es como que no tuviera mis propias fantasías sexuales en algún lugar de esos.
 
Alrededor de las ocho fui prácticamente arrastrado hasta el casino, al llegar, no presté mucha atención a las personas que me acompañaban, estaba más interesado en los demás, en todos esos pequeños grupos de personas alrededor de ciertas mesas, con sus tragos y cigarrillos —en algunos casos puros—, algunos estaban acompañados, otros preferían la meditación que permitía la “soledad”.
 
Yo opté por escoger un lugar un tanto alejado del bullicio —y de la “mala influencia” de mis acompañantes—, un encuentro privado en la sala del black jack, aunque sin importar la edad y experiencia en otros ámbitos, en ese me sentía como un pequeño cordero inocente perdido entre la “multitud”, cosa que de cierto modo me hacía sentir ansioso y excitado. Entré a la sala abriendo la puerta de golpe, fijando mi mirada inmediatamente en una figura que se encontraba sobre una especie de sofá, arqueé una de mis cejas mientras observaba extrañado el atuendo del contrario, y sin mostrar educación alguna, simplemente dije mientras cerraba la puerta:
 
Vaya, no sabía que había una “fiesta de disfraces”… privada. —Mientras caminaba retiré con mi mano derecha el guante obscuro que cubría a la izquierda,  le mantuve bien agarrado en mi puño, y de esa manera, recargué mi diestra sobre la mesa tras la cual se “escondía” aquella peculiar figura, me incliné hacia el frente y como el maleducado que yo era, estiré mi siniestra hacia la cabeza ajena, tomando la oreja erguida y tirando de ella con cierta fuerza, observando como el cuello ajeno se veía obligado a estirarse un poco—. Wow… ¡Son reales! —exclamé emocionado, no, claro que no era la primera vez que veía algo tan peculiar, al momento imaginé de donde vendría tan bello “conejito”, ya había estado en el club de donde yo aseguraba; él venía, pero nunca me había encontrado un pet fuera del club, y hacía tiempo que no lo visitaba, así que sumándole a todas esas cosas, mi fascinación por los conejos, aquello me tenía como a un niño de cinco años al que le han regalado un helado de su sabor favorito.
 
Entonces… eres uno de esos pets que trabajan en el club del estúpido de Naru ¿verdad? —pregunté simplemente para corroborar. Acaricié dulcemente la puntita de su oreja antes de presionarla entre mi mano—. ¿Cómo te llamas? ¿Es así como pasas tu tiempo libre? —continué interrogando, la verdad es que solía ponerme bastante preguntón y hablador, nunca había un factor común entre una y otra situación, solo que yo no era de los que se guardaban sus palabras y acciones por respeto o educación, yo hacía prácticamente lo que me venía en gana.
 
Pareces un conejito amable… —comenté—, Serás bueno con un pobre principiante ¿verdad que sí? —Entonces empecé a tirar de nuevo de aquella oreja, haciendo que el muchacho de rubios cabellos ladeara su rostro con cada tirón que mis dedos daban, claro que tenía mucho cuidado de no llegar a lastimarle, pero me gustaba ver como su cabeza se ladeaba, así que todo era cuestión de controlar la fuerza, ni muy muy ni tan tan—. Awww ¡Qué bonita mirada! —halagué. Me alegraba bastante de estar en privado cuando uno de mis ataques infantiles me estaba dando, hubiera sido horrible hacer tal escena frente a alguno de mis subordinados, aunque aquello no era mi culpa, era del conejo… con lo que a mí me gustaban esos animalitos.
Yo-ka
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